Armas – Revista Militar

TRANSFORMACIONES GEOPOLÍTICAS  Y LA CUMBRE DE ALASKA

Por: Miguel Ruíz Cabañas

Es diplomático de carrera, embajador del Servicio Exterior Mexicano. Se desempeñó como embajador en la OEA, Japón, Italia, la FAO y Subsecretario de Asuntos Multilaterales en SRE. Actualmente dirige la Iniciativa sobre los Objetivos de Desarrollo Sostenible en el Tec de Monterrey, donde también es profesor.

Hace cuarenta años, el 20 y 21 de noviembre de 1985 tuvo lugar en Ginebra, Suiza, la primera reunión “cumbre” entre el entonces presidente de Estados Unidos, Ronald Reagan y el líder soviético que unos meses antes había alcanzado el cargo de presidente de la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas, Mikhail Gorbachov. El mundo vio con enorme esperanza la celebración de aquella cumbre, que tenía lugar después de varios años de deterioro de relaciones entre las dos grandes superpotencias de aquella época, ambas armadas con misiles nucleares apuntando sobre el territorio de la otra. 

Las esperanzas de la humanidad fueron satisfechas, la cumbre demostró ser una de las reuniones más trascendentes de la historia. Ahí se inició el fin de la Guerra Fría, el ambiente de confrontación estratégica que había prevalecido entre las superpotencias durante cuatro décadas, desde el fin de la Segunda Guerra Mundial en 1945.

En cumbres posteriores, Reagan y Gorvachov acordaron la reducción de armas nucleares que culminaron, en 1987, con la firma del Tratado sobre Fuerzas Nucleares de Alcance Intermedio. El mapa político y estratégico europeo mostró una transformación en los siguientes años, con la caída de los regímenes comunistas en Europa Oriental, y su reemplazo por gobiernos democráticos.

La Unión Soviética, debilitada por el fracaso de las reformas internas introducidas por Gorvachov, la perestroika y el glasnost, no pudo impedir esa transformación. En octubre de 1989 con la caída del muro que dividía a la ciudad de Berlín, se abrió la posibilidad de la reunificación de Alemania a cambio de que la Unión Soviética aceptara esa reunificación. El sucesor de Regan, George H. Bush, y el Canciller alemán, Helmuth Khol, prometieron a Gorbachov que la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN) no incorporara en su seno a los países de Europa Oriental, recientemente liberados de la dominación de Moscú. No hubo un tratado, ni menos un entendimiento con todos los países involucrados. Fue sólo una expresión de buena voluntad, que muy pronto fue olvidada. 

En 1991, después de un intento de golpe de estado contra Gorvachov, la Unión Soviética fue disuelta. Las veintidós repúblicas reclamaron su independencia. Rusia heredó los arsenales nucleares, los tratados internacionales de los que había formado parte la antigua Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas, y su asiento como miembro permanente del Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas.

Con el patrocinio de Estados Unidos, los países de Europa oriental, que seguían temiendo y desconfiando de Rusia, fueron admitidos gradualmente en la OTAN. En 1999 ingresaron Chequia, Hungría y Polonia. En 2007, Bulgaria, Estonia, Letonia, Lituania, Rumanía, Eslovaquia y Eslovenia. En 2009, Albania y Croacia. En 2017 Montenegro; en 2023 y 2024, después de la invasión rusa a Ucrania, dos naciones nórdicas que durante décadas habían mantenido su neutralidad: Finlandia y Suecia. 

Muchos de estos países también fueron admitidos como nuevos miembros de la Unión Europea (UE). Por supuesto que las naciones de Europa Oriental tenían el derecho soberano de ingresar a la OTAN y a la UE. Pero también es cierto que la expansión de la OTAN representó un gradual cerco estratégico de Rusia.

Vladimir Putin, cuyo ascenso al poder se inició en 1999, después de una larga carrera en el espionaje soviético, resentía la expansión de la OTAN hacia las fronteras rusas, pero no pudo evitarla. En las primeras dos décadas de este siglo, en Europa Oriental se instaló una “Paz fría” en lugar de la Guerra fría. Pero la tolerancia rusa llegó a su límite en 2008, cuando lanzó una intervención militar contra Georgia, después de que esta exrepública soviética, también manifestó interés de unirse a la OTAN. 

Para Putin, la línea roja siempre fue Ucrania, que también formó parte de la Unión Soviética, y a la que durante siglos los zares rusos, y después los dirigentes soviéticos consideraron una especie de hermana menor subordinada a Rusia, y no una república soberana. En 2014, después del golpe de estado en contra del presidente prorruso Viktor Yanukóvich, Putin decidió anexar la península de Crimea. En febrero de 2022, hace tres años y medio invadió Ucrania y decidió anexar a Rusia sus provincias orientales, alrededor del 20% del territorio ucraniano.

El viernes 15 de agosto se reuniran en Alaska, Putin y Trump, muchos países europeos — especialmente Ucrania —miran con enorme preocupación esta cumbre que, oficialmente, tiene como único objetivo buscar un cese inmediato del fuego, y poner fin a la guerra.

Tienen razón de estar preocupados, la celebración de esta reunión sin la presencia de ninguno de ellos es humillante. Con tal de mantener el apoyo estadounidense a Ucrania y a la OTAN los europeos habían cedido a todas las exigencias de Trump: desde incrementar significativamente su gasto armamentista hasta aceptar aranceles del 15% a sus exportaciones. 

Al parecer Trump tiene otros planes, mandó señales de que, para poner fin a la guerra es necesario un “intercambio de territorios”. En la práctica, eso significa concederle a Rusia los territorios ucranianos de Lugansk, Donetsk, Zaporiyia y Jersón, así como la península de Crimea. El Secretario de Defensa, Pete Hegseth, también ha dicho que “la membresía de Ucrania en la OTAN no sería un resultado realista de un acuerdo negociado”.

Si Trump cede en esos dos temas, la Cumbre de Alaska representará para Putin una victoria diplomática y estratégica de dimensiones históricas. Será el reconocimiento tácito estadounidense de una “zona de influencia” de Rusia en Ucrania, una sombra ominosa para toda Europa. 

Quizá por eso, adelantándose a la llegada de Trump en enero de 2025, Putin retiró todas sus fuerzas de Siria en diciembre del año pasado, y acepta silenciosamente la reconfiguración que Israel y Estados Unidos llevan a cabo en el Medio Oriente. Quizá por eso, tampoco cuestiona la ambición de Trump de anexar Groenlandia al territorio estadounidense. 

Tal vez como un mensaje simbólico acepta que esta cumbre se celebre en Alaska, un territorio que Rusia vendió a Estados Unidos en 1867 por siete mdd. Putin sabe que Trump quiere que los europeos se encarguen de su propia seguridad, obligándolos a incrementar sustancialmente su gasto en armas, que deben comprarle a Estados Unidos. Putin sabe que su preocupación más importante ya no está en Europa, sino en cómo contener a China.

Así están jugando las grandes potencias en pleno siglo XXI, sin reglas, solo política de poder. No hay la menor consideración hacia la soberanía e intereses nacionales de otros países. Para México, como país vecino de Estados Unidos también es un escenario de alto riesgo.