Saben bien los marinos de guerra mexicanos que después de la tormenta viene la calma y que no hay mejor puerto de abrigo que servir a la patria. Así lo ha hecho la Armada de México desde hace poco más de dos centurias.
El 27 de septiembre de 1821, el Ejército Trigarante, bajo el mando de Don Agustín de Iturbide marchó en marciales columnas por las calles de la Ciudad de México y logró la consumación de la Independencia; después de once años de cruentas luchas y del incierto impasse que significó el periodo de la resistencia tras las muerte del General Morelos.
Días después, el 4 de octubre de 1821, se creó la Armada de México, la Goleta Iguala se convirtió en la primera nave de guerra mexicana. Fueron aquellos años aciagos, momentos decisivos en la conformación de México y de sus instituciones militares, surgieron el Ejército, así como el Colegio Militar, que hasta 1897, cuando se fundó la Escuela Naval Militar, compartió la formación de oficiales navales. No en vano su escudo presentaba un ancla al centro, ahí tuvo origen la Armada de México.
Al Capitán de Fragata Pedro Sainz de Baranda, veterano de Trafalgar, le correspondió al frente de su escuadrilla, consumar con la toma de San Juan de Ulúa en 1825, la independencia nacional. Los marinos mexicanos se distinguieron también a lo largo del siglo XIX en la defensa de la patria en el mar, en los puertos y en las costas. El porfiriato significó la consolidación de la Armada, la adquisición de buques de guerra, así como el nacimiento no sólo de la Escuela Naval Militar, sino de las Escuelas Náuticas Mercantes.
La Revolución Mexicana se peleó tierra adentro mayoritariamente, pero ello no impidió a los marinos estar del lado correcto de la historia, ahí destacaron la Marina Revolucionaria en combates contra la Marina Federal en el Pacífico, pero también la presencia de hombres como el Capitán de Fragata Adolfo Bassó, Intendente de Palacio Nacional ―caído en defensa del gobierno legalmente constituido en 1913―, así como del Contralmirante Hilario Rodríguez Malpica, el llamado “Marino de la Revolución” y Jefe del Estado Mayor del Presidente Madero.
Su hijo del mismo nombre, valiente Capitán de Navío de 24 años de edad, mandaba el buque “Tampico” en 1914, su cañonero fue puesto fuera de combate por el buque “Guerrero” de la Marina Federal, entonces el joven comandante, ordenó a su tripulación hundir la nave. Siguió la tradición naval, se quitó la vida al perder su buque.
Su determinación y valor fueron reconocidos por ambos bandos, quienes le rindieron honores. Sin embargo, el momento estelar de la Armada de México se vivió también en 1914, cuando los norteamericanos atacaron Veracruz, el 21 de abril. Entonces el peso de la defensa mexicana lo sostuvieron los valientes cadetes de la Heroica Escuela Naval Militar, ahí José Azueta y Virgilio Uribe, se sumaron al sacrificio de los Héroes de 1847.
El 1 diciembre de 1940, el Departamento de Marina se separó de la Secretaría de la Defensa Nacional, naciendo así la Secretaría de Marina- Armada de México (Marina), a partir de entonces no solo se ha dedicado a velar por la soberanía en nuestro mar territorial, ―territorio que supera al terrestre―, sino que ha sido una firme impulsora de prosperidad y de riqueza en los litorales mexicanos, consolidándose como una de las instituciones más queridas por los mexicanos.
La referencia a la tormenta que se hace al principio de estas líneas, alude a las tempestades que con éxito ha sorteado a lo largo de este año la Armada, y que dan cuenta de que la Marina no solo es depositaria de un legado bicentenario de honor y gloria, sino que está a la altura de las circunstancias al detentar el poder naval de la Federación, pero también al ostentar los valores que distinguen a los hombres y mujeres que conforman sus dotaciones.
El lamentable accidente del Cuauhtémoc, riesgo que puede sufrir cualquier embarcación, ha sido superado y nuestro buque insignia ya navega de nuevo orgulloso. De igual suerte, las acciones de malos mexicanos, indignos de portar el uniforme naval, no han hecho mella en la Armada, pues como sostiene aquel milenario principio general de Derecho: “se juzga a los hombres, no a las instituciones”.
Lo anterior se refuerza con el valiente discurso del Almirante Raymundo Pedro Morales Ángeles, Secretario de Marina pronunciado el pasado 16 de septiembre, de igual forma con las declaraciones de Claudia Sheinbaum, Presidenta de la República en la conmemoración del 204 Aniversario del nacimiento de la Armada, donde equiparó la corrupción con la traición.
En la ceremonia y desfile en el histórico malecón de Veracruz, se observó una Armada moderna, a la altura de los retos del presente siglo, bien adiestrada, disciplinada y con la moral alta. Lo anterior es sin duda una prenda de orgullo para los mexicanos, pero todo ello no se podría comprender sin el devenir histórico de la marina de guerra mexicana y su activo más valioso: los próceres que han hecho patria en la mar y en los litorales.
Hoy las adversidades han brindado la oportunidad de mostrar a una Armada fuerte, comprometida, decidida a velar por México, pero sobre todo robustecida por dos siglos de acendradas virtudes navales.